LORENA
-Hola, ¿Qué tal?-
Pregunte un poco avergonzada, sin darme cuenta de que le hablé en español. No
me dio tiempo a rectificar.
-Bien y ¿tu?-
Contesto el chico en español. Me miró a los ojos. Eran preciosos. Color miel.
Su tez era morena y parecía bastante alto.
-Genial…Oye,
perdona que te hable en español… ¿hablas español, no?- Me intenté disculpar.
Qué tonta que estaba por las mañanas. Pero bueno, ya me daba igual.
-No pasa nada,
soy español. Y of course que hablo
español- Dijo riendo. Una media sonrisa maliciosa, traviesa. Unos dientes
blancos como el marfil y unos labios dulces.
-Ya decía yo, mi
chip busca-españoles se ha activado solo- me reí- Por cierto, ¿a dónde vas?-
Intenté sacar tema de conversación. Mi pregunta fue tonta. Demasiado tonta.
-Tu chip- se rió
otra vez. Sus ojos eran cada vez más oscuros. Su tez se volvía cada vez más
blanca.-. Yo a Madrid y ¿tú?
-También… ¿Oye,
estás bien? Te has puesto muy pálido…
-Ah, esto…- Dijo
el chico sonrojándose. Miró hacia el suelo. Su pelo castaño se revolvió a causa
de su mano.- Sí, estoy bien. Tengo el hierro bajo, y necesito tomarme las
pastillas. ¿Cuántos años tienes?
-Ah… Bueno,
espero que no sea grave… Tengo catorce. Por cierto, Lorena- Le tendí la mano.
-Dieciséis. Por
cierto, Javier. Oye, ¿hace unas semanas nos vimos en el metro verdad?
- Si, creo que
si.- Nos sonreímos. A Javier se le cayó el bolígrafo que tenía en la mano, que
mientras, había estado moviéndose continuamente. Se agachó para recogerlo.
-Perdona, estoy
muy dormido… Ya sabes la hora que es… ¿Qué tortura no?- se rió y yo también me
reí.- Oye, ¿tienes Facebook o Tuenti?- Preguntó Javier.
-Si, tengo los
dos. Agrégame tú y ya te aceptaré.- Le pedí el bolígrafo que tenía en la mano y cogí una servilleta
limpia que había al lado mio. Escribí mi nombre. Me sentía una actriz o alguien
famoso dando un autógrafo. – Aquí tienes… No sé si entenderás mi letra.- Dije
riéndome.
-Si, si,
tranquila si la entiendo perfectamente, yo escribo muy mal. ¡Ah! Yo me llamo…
Todo acabó
rápidamente. No pudo acabar la frase por culpa de la señora de megafonía.
Anunciaban el vuelo a Madrid. Mis padres salieron enseguida a mi encuentro y me
levanté antes de que me vieran sentada con un chico.
-Bueno, un placer
Javier. A ver si nos vemos otro día.- Dije a la vez que me escapaba y le
saludaba con un brazo.
-Si Lorena, seria
genial volver a verse…- Oí decirle a lo lejos.
Recorrimos los
amplios e iluminados corredores del aeropuerto en busca de la puerta A58.
Finalmente llegamos a nuestro destino.
-Atención.
Familias con niños pequeños, por favor. Pasen delante. Por favor. Atention. Families with…- Dijo la señora de
megafonía con un acento horrible. Mis padres y yo no nos lo planteamos dos veces.
Cogí de la mano a Sofía y la arrastré hasta el embarque. Enseñamos los billetes y entramos en el avión. Asientos 12 A, B, C y D.
-Me pido
ventanilla.- Dije elevando el tono para que Sofía, que iba la primera, me
dejara pasar.
-No vale, yo
quiero ver el cielo.- Dijo Sofía empezando a llorar.
-Vamos, no llores
Fifi…- Dijo mi padre dejándose caer en el asiento separado de nuestra fila.
-Vamos, Fifi,
déjame a mi la ventanilla. Yo te dejo en el medio y así puedes dormir encima de
mamá.- Dije escurriéndome entre los asientos hasta mi esperado lugar.
-¡Mamá!- Dijo
Fifi llorando a moco tendido.
-Sofía… Vamos, no
llores. A la vuelta, vas tú en la ventanilla, ¿vale, Lorena?- Dijo mi madre
mirándome amenazadoramente.
Asentí con la
cabeza. Rebusqué mi móvil para apagarlo. Encontré un papelito arrugado. Lo abrí
y vi unos números. Empecé a sonreír como una tonta. Era lo que Javier había
escrito en el papel. Apagué el móvil y miré a mi alrededor. No había gente de
mi edad, menos mal, así podía dormir tranquilamente sin preocuparme de cómo estaría
mi pelo después de dos horas durmiendo en un avión. Dieron las explicaciones de
seguridad y me dormí intentando pensar que el avión no se estrellaría.
PABLO
No podía parar de
dar vueltas en la cama. Ana no me contestaba a ningún mensaje desde el jueves.
Recuerdo lo que me dijo Jorge como si fuera ayer.
-Pablo... ¿Qué te
dice esa?- Dijo éste mirando la pantalla de mi móvil.
-Nada… Dice que
la deje en paz.- Miré la pantalla del teléfono. Una foto de Ana y yo,
sonriendo. Aquella foto era de hacía unos meses, cuando volvíamos del parque de
atracciones. Ana no quería subirse a la montaña rusa, porque decía que le daba
miedo. Tenía miedo de que se le cayera el bolso. La convencí de que subiera.
Pero cuando estábamos a punto de subir, dijo que tenía miedo de morir. La cogí
y la besé con todas mis fuerzas. Finalmente subió a la montaña rusa y rió como
una niña pequeña. Gritó con todas sus fuerzas. Su pelo castaño revoloteaba al
son del viento. Sus dientes perfectos relucían bajo el sol. Cuando bajamos, me
sonrió. Dijo que me amaba más que a nadie. Que era su vida. Que era la alegría
por la que se levantaba cada día. Jorge nos hizo la foto. Dijo que habíamos
salido feísimos. Ana le arrancó el móvil de las manos y se rió. Dijo que le
encantaba la foto. Y así pues, la puse de fondo de pantalla.
-¿Pero cuántos
mensajes le has enviado desde el otro día?- Dijo Jorge interrumpiendo mis
recuerdos.
-Pues tío, sólo
dos. Uno diciéndole que si quedábamos un día de estos, y otro al cabo de tres
días, preguntándole que si estaba bien. Y ahora me dice que la deje en paz.
-Mira, no sé tú,
pero creo que la idiota te la está jugando. Eres muy inocente Pablo.
-¿Cómo que
inocente? ¿Yo? Jorge, estás mal… Bueno, ahora tiene muchos trabajos para la
universidad… Será por eso. ¿No?
-¿Trabajos para
la universidad? Y qué. Eso no significa que no pueda contestarte a los mensajes
tío.
-Bueno, Jorge,
cuando yo estaba acabando el colegio, yo no le contestaba… Bueno, si que lo
hacía… Pero…
-¿Pero qué?- me
interrumpió Jorge.- Ella no lo hace, sabes… Plantéate vuestra relación.
-Tronco, cierra
el pico ya.
-No, te digo la
verdad. Pregúntaselo a los demás. Seguro que te dicen lo mismo que yo…
-Jorge, no me
estarás ocultando algo, ¿no? Porque si sabes la verdad, dímela a la cara.
-¡Pablo, joder!
¿Te crees que si supiera que Anitolis te pusiera los cuernos, seguiría viva?
Vamos… Vamos.
-Como la toques,
es que no sé que te hago.- Dije enfadado.- ¿Sabes? He estado pensando en
aceptar la solicitud en la universidad de Bath… Encontré el otro día la carta
que decía que me aceptaban. ¿Te acuerdas que les dije que haría un año
sabático, no?
-Ah… Bueno, como
quieras, tío. Sí, deberías aceptarla, así al menos puedes conocer otras chicas,
que no sean Anitolis… ¿Y yo qué haré?
-¿Cómo que qué
harás?- Pasé por alto su comentario sobre Ana. No quería discutir más. -Pues tú
deberías plantearte ir al master de París, ese de ciencias políticas o no sé
qué historias…
-Ah, si… Ya
bueno, oye, tío es que yo ahora estoy perfectamente aquí.
-Hombre, y yo. A
mi no me apetece volver a hablar inglés todo el santo rato.
Jorge y yo, no
estudiábamos nada de momento, ya que habíamos decidido hacer un año sabático. En
nuestro instituto, el inglés era el idioma prioritario, y nos habíamos criado
entre idiomas. A parte de eso, hacíamos clases de inglés fuera del colegio. Y
así pues, con el francés lo mismo. Jorge se le daba mejor el francés que a mí,
quien sabe por qué.
LORENA
Un golpe. Dos golpes. Tres golpes. Sí, lo había entendido, debía despertarme.
Habíamos aterrizado. Nos dirigimos a recoger las maletas. Allí me encontré a
Javier de nuevo.
-¡Hey, Bella Durmiente!- Dijo Javier al
verme. No podía ser. ¿Me había visto dormir?
-Ah, hola…- Dije
tocándome el pelo intentando averiguar si tenía algún bulto raro, o tenía el
moño deforme.
-Estás perfecta,
tranquila. Ah, y por la cara que pones… Sí, te he visto dormir.- Dijo Javier
respondiendo a mi pregunta.
-Ah, genial…-
Dije, mientras que veía como aparecían algunas maletas.
Nuestras maletas
salieron rápidamente. Me despedí de Javier. Cuando salimos, el sol brillaba. No
había ni una sola nube en el cielo azul. Por fin veía el cielo azul, y no gris
como en casa. Me quité la sudadera. El
aire era fresco, olía muy bien, a parte del tabaco de los taxistas. Vimos a mi
tío. Lo saludamos con un pequeño abrazo cada uno y nos llevó a casa.
Llegamos a casa,
bueno, casa. Sinceramente era un piso, pero yo le llamaba casa. El edificio
tenía cinco pisos y nosotros estábamos en el quinto. El piso era de esos que
tienen una buhardilla. El piso era bastante grande, para estar céntrico. Tenía
tres habitaciones, cuatro baños. En la buhardilla, había un baño y mi
habitación. La cocina era bastante grande con una mesita para dos. Aquella mesa
no servía para nada, ya que todos desayunaban en el salón. Yo, especialmente,
desayunaba en el sofá viendo la televisión. El salón era también bastante
amplio, con un espacio grande para la mesa de comer. En el salón teníamos tres
sofás haciendo un cuadrado con la televisión. Había un balcón donde cabía una mesita
pequeña para picar algo fuera y un par de tumbonas. Si íbamos a vivir allí,
estaría bastante cómoda.
Y os preguntaréis
que cómo teníamos ese piso. Mi abuelo, era banquero. En el momento más alto de
su carrera, un edificio céntrico se había inaugurado. El edificio tenía tan
sólo cinco plantas con cinco viviendas. De las cuales, dos, se le fueron
otorgados como regalo del banco. Mi abuelo, aceptó encantado, pero ordenó que
el ascensor sólo llegara hasta el cuarto piso. Y así se hizo. Mi abuelo consiguió
que le pusieran escaleras a la cuarta vivienda, haciéndola un dúplex. Y así
pues, cuando falleció mi abuelo, mi queridísimo abuelo, mi madre heredó el
establecimiento.
Me tiré al sofá
con mejores vistas a la televisión, tirando mi mochila al suelo lo antes
posible para poder poner los pies en alto. Sofía estaba corriendo por toda la
casa preguntando cada dos minutos.
-Entonces,
¿viviremos aquí el año que viene? Que guaaay- Dijo Sofía después de un tour
completo del piso.
-Si, seguramente,
a no ser que compremos una casa que venden cerca de un colegio, aunque aquí
cerca hay uno que no esta nada mal…- Contestó mi madre nostálgica.
Resoplí más que
nunca y mi madre puso los ojos en blanco. Pasé completamente y cerré los ojos. Enseguida,
el mundo de los sueños me había raptado. Mi submarino Marín, me llevó hasta
aquel mundo perdido. Marín era amarillo, con mil ventanales, y un suelo de
cristal, por el cual, podía ver los peces nadar.
Llegué a mi
destino, y me sorprendí. Estaba en el parque. Una semana atrás. Otra vez, y
volvía a ver a Tom, con todos alrededor. Contaba su historia con Jessica…
Aquella Jessica. Aquella que había robado a Tom de entre mis brazos. Lo tenía
casi, casi. Casi era mío… Pero de repente, un cambio drástico. Tom se acercó a
mi, y me agarró de la cintura y me besó. Era feliz, mis problemas
desaparecieron. Desaparecieron como el humo.
-Lorena, despiértate.
Baja al kiosko a por el periódico y la revista de tu hermana. Si quieres puedes
comprarte tu una revista...- Dijo mi madre interrumpiendo mis sueños. Abrí un
ojo y la vi rebuscando en su monedero.
Lo único que pude
decir fue un simple ‘Mmhh..!’
No me apetecía
nada. Ese era uno de esos días en los que lo único que te apetece hacer es
estar tumbada en pijama con el ordenador, o ver la tele sin que nadie te
moleste. Pero en mi casa no se puede hacer realidad un día así… Bajé al kiosko
con el chándal y la mochila aún sin deshacer.
PABLO
Al cabo de horas dando vueltas en la cama y cambiando de canción cada dos minutos, decidí bajar al salón. Como era de esperar, Juan, estaba jugando a la Wii. Con sus siete años ya es un máquina. El típico niño que es un viciado a los videojuegos y al fútbol.
-Juan, ¿que haces
tan temprano jugando?- Le pregunté mientras que me sentaba en el sofá.
-Son las doce y media,
no es tan pronto…
-¿Las doce y
media? ¿Ya?- me quedé pensativo un rato. ¿Qué había estado haciendo durante
seis horas tirado en la cama? Ana era la respuesta.
-¿Juegas conmigo
un rato…?- dijo Juan señalando la pantalla con la cabeza.
Asentí sin remedio
alguno. Estuve un rato jugando con Juan a la Wii. Llevaba despierto desde las
seis de la mañana. La de cosas que podría haber hecho en esas horas. Salir a
correr un rato, ir al gimnasio, ducharme, llamar a Ana… Vaya, que un montón de
cosas que no hacía últimamente. Mi pobre cuerpo estaba sometido a estar de pie
casi todo el día y no podía hacer lo que me venía en gana. Cuando derroté por
segunda vez consecutiva a Juan, decidí darme una ducha antes de comer.
Fui a mi
habitación y vi que Jorge aún dormía. Le di un almohadazo, pero siguió
durmiendo… Y decía que tenía el sueño ligero… Ya, claro. A veces me preguntaba
qué pasaría si hubiera fuego en casa o cualquier otra cosa: él no se despertaría…
Cogí mi ropa y me dirigí al baño.
Recorrí el pasillo y encendí la radio. Estuve
cambiando las emisoras a la vez que me desvestía. Finalmente encontré una buena
canción y me metí en la ducha. El agua corría a toda velocidad por todo mi
cuerpo. La música sonaba cada vez más cercana a mí. Ana desaparecía poco a poco
de mi mente y dejaba paso a una sonrisa. Y empezó a sonar aquella canción.
Aquella canción con la que había sonreído y bailado tanto. Aquella que siempre
hacía que una sonrisa se posara en mi rostro. ‘’She’s the one’’ de Robbie
Williams. Y esta vez, lo contrario ocurrió. Mi sonrisa dibujada se borró
inmediatamente. Quise llorar. Gritarle al mundo lo harto que estaba de todo. No
tenía razón alguna. Ninguna. Ana volvió a aparecer en mi mente. Pero esta vez
la vi extraña. Pero demasiado tarde, acabé de ducharme a tiempo para poder
apagar la radio. Me vestí rapidamente y fui a mi habitación.
Jorge seguía
durmiendo. ¿Pero a qué hora se durmió? Si habíamos llegado juntos a casa… Ah,
es verdad. Jorge estuvo toda la noche vomitando. El tonto, después de salir de
la discoteca, bebió demasiado y se cogió una borrachera. Decidí no molestarlo,
era mejor que descansara.
Preciosos. Aquí tenéis varias partes de kilómetros. Os lo merecéis de verdad, he tardado años en publicar, y no soy menos por poneros bastante cosa. Os aviso que a partir de aqui.. Las cosas no son como creéis.
mil besos,
Carmen. <3
recomendación musical.
Os lo he puesto el link en español... Pero no está muy bien traducido.